Escrito por Luis Roca Jusmet
Alberto
Silva es un hombre polifacético : poeta, traductor y ensayista.
Pero es, sobre todo ( en lo que concierne a este texto) un
practicante paciente y experimentado de zazen. Voy a referirme a los
dos primeros libros de un conjunto de cuatro que ha escrito sobre su
experiencia en el zen. Creo que tanto el primero1
como el segundo2
tienen un valor filosófico, que es el de hacernos pensar el zen de
otra manera. En el primer caso como una experiencia original no
ligada necesariamente al budismo y, por tanto, capaz de dialogar por
sí mismo con tradiciones occidentales como la filosofía y el
psicoanálisis. En el segundo caso romper otro tabú, que es el de
ligar el zen al silencio. Tabú, por cierto, legitimado desde el
axioma de Wittgenstein que afirma que de algunas cosas podemos hablar
y de otras simplemente mostrar. El zazen sería entonces una
experiencia que se puede compartir exclusivamente desde la práctica.
En
el primer libro Alberto Silva nos propone emancipar el zen del
budismo y de la propia cultura japonesa. Emancipar quiere decir
liberar de un yugo, de una servidumbre. No se trata de negar las
raíces asiáticas, budistas y japonesas del zen sino hacer que las
raíces permitan volar, lo cual significa que han de condicionar pero
no determinar, influir pero no limitar. Lo que heredamos es un
patrimonio que nos enriquece cuando no es una losa que nos impide
avanzar.
Alberto
Silva traza un recorrido que va de la India al Japón, pasando por el
Tibet y China. Un estudio, por cierto, muy riguroso y preciso. Pero
aquí confluye no solamente el budismo sino también el yoga, el
confucionismo, el taoísmo y el sintoísmo.Alberto Silva se define por
la escuela llamada soto zen, cuya referencia es el maestro Dogen y su
forma de expresión artística es el haiku. Finalmente el zen entra
en un momento, que es el que vivimos ) que se globaliza. En esta fase
donde el zen puede conversar con las tradiciones occidentales sin
limitaciones. Es aquí donde Alberto silva busca dos interlocutores
privilegiados, que no son otros que Martin Heidegger y Jacques Lacan.
Dejemos pendiente este punto para penetrar en el libro segundo, más
potente en cuanto entra directamente en lo que es la experiencia zen.
Después propondré otros interlocutores filosóficos que serán
Baruch Spinoza, Pierre Hadot y Michel Foucault.
Este
segundo libro de la obra sobre el zen nos permite plantear un
encuentro desde la experiencia, palabra que contiene múltiples
resonancias. Me impresionó el artículo "Infancia e historia"
de Giorgio Agamben3
que señalaba algo a partir de lo que ya había dicho Walter Benjamín
: los adultos ya no hablan de su experiencia, se han quedado mudos.
Benjamín hablaba de un silencio causado por la percepción del
horror después de la Segunda Guerra Mundial- Agamben se refería más
a la banalización, algo que también había señalado Pier Paolo
Passolini. Para Agamben, la falta de experiencia, igual que para
Passolino, no proviene del horror sino de la banalización. Alberto
Silva nos propone entender el zen desde la experiencia singular de
cada cual y posteriormente ser capaces de traducir esta experiencia
en palabras. Una experiencia que va del silencio a la palabra y
vuelve otra vez a la experiencia, pero que es capaz de articularse en
un relato. Se trata de una experiencia radical y paradójica porque
va a la raíz de lo que a la vez somos y no-somos ( ya que no hay
identidad) que no es otra cosa que el cuerpo. Cuerpo pensante y
hablante, pero cuerpo. Es posible enunciar, teorizar lo que nos
ocurre en el zen. Experiencia emancipatoria en la medida que nos
libera. ¿ De qué liberación estamos hablando ? De la que nos
permite ser lo que somos. Esta es la paradoja, porque esta frase,
siendo totalmente enigmática es la que nos permite intuir por donde
van los tiros. Hay algo propio a desarrollar, hay una singularidad en
juego. La práctica del zen nos lleva a un punto, más allá del
marco cultural que nos atrapa, del guión que hemos construido para
defendernos del mundo, de los otros. Hay algo en común con este
"atravesar la fantasía" para encarar el deseo del que
hablan los psicoanalistas lacanianos. O del desprenderse de lo
aprendido que se practica en las escuelas alejandrino-romanas de las
que nos habla Foucault, para construirnos como sujetos éticos. Con
el zen hay que aceptar y sostener las paradojas, que,como sabemos,
son contradicciones solo aparentes. Aquí señalo el potencial de la
parte del libro dedicado al lenguaje, que titula "de la
continuación del despertar por otros medios". Porque hay un
relato posible de esta experiencia, como dice Alberto Silva. Es un
no-hacer para que algo se haga en nuestro cuerpo. Dogen, la
referencia básica del zen para el autor, insiste una y otra vez en
"el despertar" se realiza en el cuerpo, " en "la
carne y los huesos". Pero después de este despertar hay un
trazo necesario, que solo puede venir del lenguaje, para renunciar a
que la experiencia zen entre en el registro de lo inefable, de lo que
no se puede hablar. Está la frontera, el saber fronterizo,
recordando lo que sugería el gran filósofo español, ya fallecido,
Eugenio Trías.
Entramos
aquí en un punto clave, que es el de la relación entre el cuerpo y
la mente. No caer en el dualismo ( dos substancias diferentes) ni
tampoco en el fisicalismo ( la mente es física, es el cerebro). No
caer, sobre todo, en el espiritualismo, para el que el cuerpo es una
especie de cárcel o de envoltura física de nuestra identidad. Somos
un cuerpo, nos dice Alberto Silva, recordando al filósofo Maurice
Merleau-Ponty. Un cuerpo expresivo,vivo,animado, vibrante,
desarmónico. Que no debe seguir ideales de perfección, que debe
trabajarse a sí mismo, claro ( lo hace el zen) pero sin compararse a
modelos. Hago aquí un paréntesis para sugerir otra vía posible de
diálogo con Francisco J. Valera.4
Hay
otros puntos en el trabajo de Alberto Silva que me parecen igualmente
fundamentales, como el del espacio y el tiempo, entendidos desde la
experiencia humana y, más específicamente, desde la experiencia
zen.
Quería
entrar ahora en una propuesta de dos posibles interlocutores
filosóficos con el zen. Estos son Pierre Hadot y Michel Foucault,
que a su vez plantean un interesante diálogo sobre la filosofía
como ejercicio espiritual5.
Precisamente el título del artículo sería un remake de un libro
que hace años planteó Jean Allouch con el título de "¿ Es el
psiconálisis un ejercicio espiritual ?"6.
Este reconocido psicoanalista, empeñado en facilitar un encuentro
fecundo entre Jacques Lacan y Michel Foucault, se hace la pregunta
basándose en el concepto de Pierre Hadot de "ejercicio
espiritual".7
Hadot habla de la filosofía como forma de vida y, para señalar su
aspecto integral, habla de ejercicio espiritual para referirse al
trabajo transformador de la filosofía. Esto es lo que comparte con
Foucault, entender la filosofía no como un discurso sistemático de
tipo intelectual sino como una práctica emancipadora. Emancipadora
en la medida en que libera al ser humano de sus cadenas ideológicas
( y aquí entendemos la ideología en sentido radical. Como ideas,
actitudes y conductas).
Entremos
a fondo en la diferencia entre Pierre Hadot y Michel Foucault para
ver como, desde uno y desde otro, se entiende la filosofía y, por
tanto, su relación con el zen laico que propone Alberto Silva. Para
Pierre Hadot la filosofía es una experiencia unitiva paralela a la
experiencia mística. Son dos caminos que conducen, desde diferentes
experiencias, a lo que llama la Universalidad. Es decir, a la
renuncia de lo singular y lo particular para abrirnos al Universal
humano y al Universal cósmico. En este sentido el taoismo o el
budismo podrían ser otras vías que conduzcan a este Universal. ¿
Tiene algo que ver con el zen laico que nos propone Alberto Silva ?
Yo creo que poco, en la medida en que el zen de Dogen, que es la
referencia de lo que nos propone Alberto, tiene muy poca relación
con esta lectura que hace Pierre Hadot. Justamente porque la
propuesta que recoge de Dogen es la de un zen que pasa por el cuerpo.
El cuerpo es,para Alberto Silva, mucho más que una estructura
mecánica. Es la expresión de lo viviente en nosotros, por mucho que
seamos un cuerpo mental y hablante. En este sentido creo que lo que
vincularía más a Hadot con el zen es justamente este budismo que
Alberto Silva quiere liberarse en su comprensión de la etapa actual
del zen.
La
línea de trabajo que propongo tiene que ver más con Michel Foucault
que con Pierre Hadot, en sus posicionamientos respecto a las escuelas
alejandrinas. No solamente por la manera como Foucault entiende la
filosofía sino por su propuesta de un ascetismo para construir un
sujeto ético. Para Michel Foucault la filosofía es una caja de
herramientas crítica, que abre nuevos caminos del pensar. En este
sentido podríamos decir que el libro de Alberto Silva es un libro de
filosofía porque plantea nuevas maneras de entender el zen. También
podríamos buscar otra similitud del zen laico con el camino que
plantea Foucault, al afirmar que cada libro que escribe es , para él,
una experiencia transformadora. Pero quiero centrarme en otro
aspecto, que es el de la propuesta de Michel Foucault n su curso "La
hermenéutica del sujeto"8.
Se trata de ir contra lo particular ( lo grupal) para volver a lo
singular y desde aquí ir hacia lo universal. Hay en el libro de
Alberto Silva una defensa clara y contundente de lo singular de cada
cual, del camino propio como eje de la libertad. El zen laico nos
ayuda a construirnos como un sujeto ético, justamente en la línea
que nos sugiere Foucault. Se le ha llamado también "estética
de la existencia", aunque esta expresión ha dado lugar a muchos
malentendidos, incluso al mismo Pierre Hadot, que considerará esta
propuesta como una especie de dandismo9.
Hay que reconocer que el mismo Foucault, al expresar su fascinación
por personajes como Charles Baudelaire, puede haber colaborado a esta
lectura equívoca. Lo que propone Foucault es bien distinto : se
trata de un trabajo ascético para ser libres. Alberto utiliza en
algún momento la palabra ascética para referirse a la práctica del
zen laico. Una autodisciplina, ciertamente, a la que no hemos de
considerar, como muchas veces se hace, como propia de la ética del
samurai. El propio zen se ha manifestado muchas veces como un punto
de ascetismo, y si lo relacionamos con Guathama Buda ( algún vínculo
hay que reconocerle, aunque no defendamos que el zen sea una rama del
budismo) hay que reconocer que este aparece como una crítica al
ascetismo excesivo. Ascetismo que no tiene nada que ver, tampoco, con
lo que critica Nietzsche10.
Ascetismo como un trabajo sobre uno mismo, para que emerga lo más
propio. Alberto Silva insiste en que más que aprender es
desaprender, lo mismo que plantea Foucault respecto a las escuelas
alejandrinas.
Vale
la pena que reflexionemos un momento sobre la noción de escuela.
Alberto Silva es muy crítico con ella, ya que conduce facilmente a
la escolástica (teórica) y la esclerosis ( práctica). Pero
Foucault defiende las escuelas alejandrinas ( estoicismo,
epicureismo, cinismo) en la medida en que no son estructuras
jerárquicas. Hay maestros que pueden transmitir lo que posibilita la
emancipación del otro. Es decir, que proporciona al otro los medios
para su propia liberación. Para Foucault lo que hace el cristianismo
con estas escuelas es ponerlas al servicio de un ideal de salvación
y al mismo tiempo institucionalizarla en relaciones de dominio. Sigo
aquí la diferencia que establece Foucault, relaciones de dominio y
no relaciones de poder. Las primeras son rígidas y verticales,
implica la sumisión. Las segundas, en cambio, son interactivas,
variables, contingentes. Lo mismo que critica Michel Foucault del
reciclaje negativo que ha hecho el cristianismo con el ascetismo
podemos decir que hace Alberto Silva con el budismo respecto al zen.
Este sujeto ético de Michel Foucault, que vamos construyendo con
ejercicios espirituales diferentes ( dentro de todo prefiero este
término al de tecnologías del yo) puede encontrar en el zazen una
de las prácticas ascéticas básicas. El mismo Foucault ( como
testimonió su amante Daniel Defert) tenía como libro de cabecera
"El zen del tiro al arco"" de Eugen Herrigel). No solo
esto sino que estuvo tan atraido por el budismo zen que viajó hasta
el Japón y estuvo unos días en un monasterio zen practicando
zazen11.
Quizás le faltó a Foucault una mirada más distanciada del zen de
la escuela monástica japonesa o de la ética samurai ( como,
curiosamente, le llamó su amigo el historiador Pierre Veyne)12.