Es siempre grato encontrar un libro como el de Luis Roca Jusmet. Poseyendo el rigor de una monografía se desarrolla con la desenvoltura de quien practica con libertad ese ejercicio de lectura interminable que es la filosofía. Y lo hace comparando un autor tan conocido y celebrado como es Foucault y un autor y filósofo menos conocido como es Hadot. El libro aporta por un lado una información muy necesaria para dar a conocer este último, y por otro y a la vez un acercamiento al llamado último Foucault, a partir del interés común entre ambos en torno a la construcción de la subjetividad tras la tormenta posmoderna. El lector puede hacer un muy grato recorrido por los avatares biográficos y filosóficos de ambos autores, por sus puntos de encuentro y sus no pocas diferencias, orígenes y trayectorias. Solo con eso estaríamos ya ante una obra notable, pues constituye una excelente y breve introducción a ambos, más necesaria si cabe en el caso de Hadot, pero igualmente valiosa y útil para el caso de Foucault, teniendo en cuenta la perspectiva desde la que se aborda, que es el énfasis en ese llamado último Foucault y que rompe con algunos de los estereotipos, o ayuda a hacerlo, acerca de ese Foucault posmoderno tan celebrado en medios académicos y por otra parte tan alejado de lo que fue su verdadera trayectoria y sobre todo su evolución en los últimos años de su vida.
Pero
la elección de esos dos autores no es caprichosa ni arbitraria y
obedece a uno de los elementos que constituye la razón de ser del
libro y que no es otro que una determinada apuesta acerca de cómo
entender la filosofía y de hacer de ella un saber para la vida, que
el autor explicita y defiende de modo brillante en las últimas
páginas de la obra. El título es muy afortunado en ese sentido,
pues en efecto se trata de una especie de ejercicios espirituales
para materialistas, aspecto este, el materialista, tal vez más claro
en el caso de Foucault que en el de Hadot, procedente del mundo
religioso y a la luz que aporta Roca Jusmet, cuya condición
materialista no parece tan clara como en el caso de Foucault. De
hecho, Roca Jusmet, tras la breve introducción en la que despliega
la vida y obra de ambos y tras detenerse en lo que comparten y en sus
escasos encuentros, dedica una parte considerable de su escrito a
señalar por un lado las diferencias y divergencias entre ambos, y
por otro, a un hipotético y posible diálogo ficticio entre ambos,
en un capítulo final en el que esas diferencias le sirven como
plataforma para expresar su propia concepción acercad de cómo
entender la filosofía o para proponer una modo de establecer las
relaciones entre ética, política y moral.
Ese
terreno común entre Foucault y Hadot es, como digo la perspectiva
desde la que el autor es capaz de alinearlos: la idea de una ética y
estética de la existencia por parte de Foucault y la comprensión
como forma de vida en Hadot. Pero como señala el subtítulo de la
obra ese posible diálogo se torna casi imposible, paradójicamente
por el problema de fondo que subyace a la propia concepción que los
une y en el que vuelve a resonar la cuestión del materialismo y una
determinada concepción de la filosofía. Con respecto a Hadot, Roca
nos recuerda la contraposición entre filosofía como discurso y
filosofía como forma de vida, siendo la primera una herencia de la
teología y de la concepción sistemática procedente de ella y la
segunda en cambio la búsqueda de la sabiduría a partir del modelo
socrático y que en el caso de Hadot se alimenta de las escuelas
helenísticas, el neoplatonismo o algunos autores modernos, de forma
excepcional.
En
el caso de Foucault la cuestión resulta menos simple, pues aunque
Foucault llega a utilizar en una ocasión la idea misma de ejercicio
espiritual, sus tecnologías del yo son el resultado de un proceso
mucho más complejo, resultado de una crítica de la modernidad, por
lo demás cargada de discurso en muchos sentidos, incluido el que
critica Hadot, y sobre todo son el resultado de la crítica de uno
los frutos más preciados de la modernidad: la subjetividad, crítica
desde la que inicia una trayectoria que le termina llevando a un
análisis de las posibilidades de reconstrucción de la subjetividad,
a partir, como Hadot, de los ejemplos del mundo antiguo.
La
modernidad se constituye como una cuestión decisiva entre ambos.
Hadot parece ignorar la distancia entre el mundo moderno y el mundo
premoderno y busca melancólicamente esos ejercicios espirituales
desde una ontología da el absoluto, tal vez irrecuperable para la
modernidad, demasiado anclada en la prioridad del yo. Foucault, por
su parte, demasiado moderno a pesar de sí mismo, parece centrar esos
ejercicios espirituales en un sujeto sin referencia al absoluto o a
los universales y su regreso a las prácticas del mundo antiguo, que
es donde se encuentra con Hadot, pecaría en ese sentido de una
deformación por exceso de modernidad y por proyectar sobre ellas la
idea de un sujeto que Hadot no reconocería como tal. La posible
relación entre ambos no deja entonces de ser un espejismo, separados
por el abismo de una modernidad que Hadot se niega reconocer y que a
Foucault le pesa en exceso hasta el punto de arrastrarla consigo en
sus indagaciones en torno a una supuesta construcción de la
subjetividad en los antiguos, que no sería tal subjetividad sino
otra cosa.
Desde esta
perspectiva a lo largo de la obra planea sobre ambos la silueta de
Spinoza. Roca Jusmet lo cita reiteradamente y le atribuye incluso, de
forma sorprendente, una influencia y un peso que no tuvo nunca en
Foucault, y que tampoco parece haber tenido directamente en Hadot,
aunque sí tal vez indirectamente vía Goethe. Capaz de reconstruir
el sentido de lo absoluto que añora Hadot, pero sin caer en la
melancolía de este, materialista y moderno como Foucault, pero sin
encallar en el problema del sujeto, la ética de Spinoza parece
responder a los intereses que subyacen al autor de este estudio y que
le han llevado a reunir a Hadot y Foucault en una indagación en
busca del sentido de la filosofía para el presente. El capítulo
final, sin embargo, está planteado desde otro horizonte. Organizado
como una posible respuesta conciliadora sobre el fondo común, aborda
la distancia del autor Hadot y con Foucault y se adentra en la
posibilidad de pensar la filosofía a partir del débil hilo que une
a ambos partir de una filosofía para la vida que sea capaz a la vez
de abordar las relaciones entre la filosofía y la política y en las
que el autor apuesta, al menos de forma provisional, por Ranciere
frente a Axel Honneth Ese capítulo final constituye un laboratorio
y un ensayo algo desconectado del resto de la obra, como si esa
contraposición entre Hadot y Foucault fuera solo un motivo a partir
del cual poder pensar un camino para la filosofía que se aleje del
“discurso” en el sentido peyorativo que le da Hadot, pero que a
la vez sea capaz de superar lo que Roca llama “el prejuicio
antihumanista” de Foucault. En esas reflexiones finales Roca parece
abonar un campo que promete trabajar en el futuro.
V.S.M.
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