domingo, 12 de enero de 2020

RESEÑA DE JAVIER GALLEGO EN EL BLOG "PROFUNDAMENTE SUPERFICIAL"


 Publicado en el blog de Javier Gallego " Profundamente superficial"
 Rechazaba Sócrates la escritura, ese pharmakos de la memoria, porque parecía propiciar un diálogo con los muertos. Un falso diálogo porque éstos no pueden replicar. Luis Roca Jusmet intenta aquí una vuelta de tuerca más. La idea de enfrentar a estos dos pensadores es todo un acierto en la medida en la que comparten una visión de la práctica filosófica muy afín, por mucho que sus planteamientos filosóficos, políticos y vitales difieran sustancialmente. Ambos defienden la actitud del filósofo como una práctica, más que como un conjunto dogmático, cerrado, coherente y estructurado. La filosofía como un arte de vida y no como un discurso es lo que Hadot (re)descubre en la filosofía grecolatina. Los escritos que nos han legado, por ejemplo, Marco Aurelio, no son sino anotaciones (hypomnemata) para hacer vivir la vida, como instrucciones para la práctica, en lugar de un manual filosófico parecido a lo que estamos acostumbrados a ver ahora.
     Se enfrentan una erudición extensísima en Hadot con un olfato finísimo en Foucault. Ambos pertenecen al ámbito académico y comparten una posición algo outsider. Luis Roca Jusmet también los conecta con la tradición de meditación oriental y la práctica de artes marciales. Comienza situándolos en su contexto, recalcando los puntos de contacto, en sintonía con el importante estudio de Moreno Pestaña (Convirtiéndose en Foucault). En el capítulo primero se presentan sucintamente las biografías paralelas y las conexiones entre ambos. Parten de tradiciones filosóficas distintas, la escolástica, para Hadot; Hyppolite, Blanchot, Bataille, Canguihem para Foucault. Ambos Nietzsche y Heidegger (la vida como obra de arte, como técnica). Cuando Foucault empieza a abandonar su concepción de sujeto “únicamente como el efecto de unas relaciones de poder y de unos campos del saber” (p. 33) es cuando empieza a interesarse por Hadot. En ese proyecto, los filósofos son destrozados por Foucault para usarlos como herramientas. Da igual el objetivo y el sentido global de la filosofía de éstos. Utiliza la genealogía, que huye de la sistematización, es heterogénea, pretendiendo interpelar al pasado desde el presente, lo que disgusta, no sólo a Hadot, también a muchos historiadores. Hadot, por el contrario, da una importancia extrema a encontrar el sentido originario de las palabras de los filósofos y rechaza la tendencia a entender a los filósofos como si fueran escritos actuales (Ej. El velo de Isis). Pierre Hadot es un filólogo y pretende mantener la fidelidad al autor. Hadot es un sabio, Foucault, un crítico, un guerrero.
     En el capítulo segundo se da un repaso a la filosofía de Hadot. Lo que aprende y enseña Hadot es “no se trata de decir cómo pensar bien, sino de enseñar a pensar bien a través de los propios razonamientos” (p. 51). La filosofía como conversión que, como demuestra, no es un concepto religioso, sino filosófico. Se trata de aprender a vivir, mediante la meditación, la autodisciplina, aprender a mirar. Una disciplina del juicio, el deseo y la acción, que aprende de Marco Aurelio. La idea, un poco de Freud sobre Miguel Ángel, dejar que del mármol salga la estatua. Ahora, se lamenta Hadot, no hay filósofos, hay profesores de filosofía.
     En el tercer capítulo se da un repaso a la última parte del pensamiento de Foucault, después del cuestionamiento del sujeto y del marxismo, a través de los caminos abiertos con el concepto de biopolítica y cuidado de sí. Ahora pretende la práctica de la libertad, y se enfrenta a la desconfianza hacia los placeres –en especial, los sexuales–, y del cuerpo de principios del cristianismo, cuando este acaba siendo relacionado con decir la verdad sobre uno mismo. El ocuparse de uno mismo aparecerá como algo inmoral en los primeros tiempos del cristianismo (p. 79). Foucault se pregunta: “¿Qué es ser libre? Ser libre significa no ser esclavo ni de uno mismo ni de los otros” (p. 81) y, en general, “emancipación quiere decir que todos y cada cual podemos vivir como queremos, mientras respetemos la libertad del otro” (p. 144). Hay que entrenarse en la askesis (del cuerpo y la mente); la vista desde lo alto, el análisis de las representaciones, el autoexamen, controlar las representaciones mentales. Los ejercicios espirituales o tecnologías del yo serían: lectura, escritura (cuaderno de notas, o hypomnemata), examen de conciencia, vivir el presente y contemplarían también ejercicios corporales y visión global. Muy importante es la parrêsïa, esto es, la libertad de palabra y la praemeditatio malorum –ponerse en lo peor–. Y el chikung, o ejercicios de respiración. Foucault no busca aislarse (que recordamos es lo que diferenciaba para Weber la ascesis oriental de la calvinista), sino establecer una buena relación con el otro, a través del gobierno de nosotros mismos. Foucault piensa la democracia como un juego individual, no como una experiencia colectiva. Hadot es más moral. Gobernarse a sí mismo, esa enseñanza de las escuelas helenísticas sirve a Foucault para dar una alternativa –terrenal y corporal– al gobierno del Estado y sus instituciones.
     La tercera dedica al diálogo (im)posible entre ambos a pesar de ver en la filosofía antigua no un discurso, sino una forma de vida, una terapéutica. Sin embargo, hay desacuerdos en la metodología. Foucault, muy caótico. Hadot es muy meticuloso y considera que Foucault se equivoca cuando quiere ver en la filosofía antigua “una forma de subjetividad, una propuesta de estética de la existencia y una ética del placer” (p. 102). Piensa que es anacrónica esa pretensión. En este sentido, Hadot es neoplatónico y pitagórico, aspirando al sentimiento oceánico. Foucault, sospecha Luis Roca Jusmet, haría de Hadot una “biblioteca secundaria”, como hizo con el uso del término “ejercicios espirituales”. La aportación que Hadot hace de éstos los aleja del aroma religioso ignaciano, convirtiéndolos en una especie de “entrenamiento” de la mente (y del cuerpo, añadirá Foucault) para filosofía. Foucault los recoge y amplía a partir de su investigación sobre los regímenes de verdad en su inacabada Historia de la sexualidad, en especial en El cuidado de si, utilizándolo desde su visión de la filosofía como una caja de herramientas. Los acaba asimilando a las tecnologías del yo. Si el cínico plantea un combate, y el estoico, la conformidad, Foucault es cínico y Hadot, estoico. Por la ambigüedad que Foucault ofrece sobre ciertos temas, Hadot lo acusa de dandismo.
     En el epílogo, Luis Roca Jusmet se apoya con la perspectiva de Felipe Martínez Marzoa. Pare este filósofo, el conocer no determina el hacer. El proyecto de Hadot es imposible, no se puede vivir como un antiguo –se correría el riesgo, además, de no ser un filósofo sino un profesor de filosofía–. Foucault se coloca en la tardomodernidad, crítica con el proyecto de la modernidad, pero no como Hadot, quien reivindica desde lo antiguo. Vivir como los antiguos es aspirar a vivir en la serenidad. Foucault aspira, como Nietzsche, a vivir el dolor y el placer, la suya es la actitud de un profeta.
     Roca Jusmet plantea estos materiales con la esperanza de utilizarlos, a su vez, como un estilo de vida, como un análisis necesario para estar en el mundo, compaginando el estudio con la praxis, dando sentido totalmente al materialismo de estos ejercicios filosóficos. En este camino, las neurociencias están aportando matices importantes a lo que era el simple conductismo, que eliminaba la conciencia como un constructo innecesario. El materialismo que sabe que son las condiciones materiales y los hábitos los que determinan la conciencia y no el pensamiento quien guía la acción. Aprovechando el juego de palabras, el habitus sí hace al monje, un mal habitus es susceptible de entrenarse para alcanzar el camino recto de la flecha en el blanco.
Podemos pensar entonces, con Foucault, en unos ejercicios espirituales para materialistas que serían, en definitiva, los que nos permiten apostar por la vida, desde el escepticismo, sin caer en el nihilismo. Vivir con serenidad, ser capaces de estar a la altura de las circunstancias, aprendiendo de la vida y haciendo de ella, como decía Foucault, una obra de arte (p. 126)

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