domingo, 5 de abril de 2020

RESEÑA EN REVISTA BAJO PALABRA, Nº. 17, 2017


Resultat d'imatges de ejercicios espirituales para materialistas
Reseña

Roca Jusmet, L. (2017). Ejercicios espirituales para materialistas. El diálogo (im) posible entre Pierre Hadot y Michel Foucault. Barcelona: Terra Ignota, 154 páginas.

Escrito por Julián Arroyo

 Roca es un gran conocedor tanto de la obra de Foucault como del pensamiento de Hadot, como ha mostrado en diversas ocasiones con sus comentarios rigurosos y tomas de posición a varios trabajos de estos dos autores. Por eso, de entrada, contamos con una buena base de confianza para leer el libro.
Puede haber lectores que sientan cierta extrañeza al encontrarse con la relación Hadot-Foucault. Quizás éstos sean los más interesados en entrar en la lectura de este trabajo, porque, precisamente, en la admiración está el comienzo de la filosofía, como bien se sabe. Aquí se encontrarán con una aportación precisa al estudio de la relación entre Hadot-Foucault.
El objetivo de Roca es claro desde el principio: quiere plantear una alternativa ante los "tiempos convulsos e inciertos" (página 9) que nos han tocado vivir. No se trata de los fundamentalismos, ni de neoliberalismo, lo que propone es adentrarse "en las artes de la existencia tal y como las propusieron los antiguos" (página 10).
En el capítulo uno propone a estos dos autores como "dos trayectorias paralelas" (página 19). Se diferencian en unos pocos años: Hadot nace en 1922 y Foucault en 1926. Por eso los contextos socio-culturales de ambos pueden ser coincidentes. Uno es de clase media-baja, el otro pertenece a la burguesía. El primero se hace sacerdote, se forma filosóficamente en el Instituto Católico de París y enseña filosofía tomista. El segundo estudia filosofía bajo la orientación de Hyppolite, es introducido en el marxismo por Altusser y milita en el partido comunista francés, aunque es muy celoso de su libertad individual. Los dos despegan a partir de 1950 (hay que corregir los puntos 1.2 de las páginas 29 y 30). Hadot deja el sacerdocio en 1952. Lo hace en parte por el integrismo de la jerarquía de Roma y también porque se enamora de Iseltrant Martin, con la que se casa, aunque el matrimonio fracasaría once años después.
Mientras tanto, Foucault se forma como filósofo y psicólogo, trabajando en varias universidades, como Nanterre y Vincennes, además de ser profesor agregado de la École Normale Supérieure. Los dos confluyen en los años 80. Sus vidas fueron diferentes, pero sus "trayectorias filosóficas paralelas" (página 36), siendo "hijos de una misma época y de una misma cultura" (página 37). Sin embargo, esto es inevitable, lo que importa es qué llevó a Foucault a ocuparse de la concepción grecorromana de la filosofía como modo de vida. Este giro no parece encajar en su pensamiento por el que era conocido. ¿Fue, acaso, una transformación de su pensamiento de los años 70? No es que lo abandone, pero sí puede haber una cierta transformación filosófica, fruto de su estudio del pensar grecorromano. Al final, como escribe Nietzsche uno se lleva su propia biografía. Ahora bien, esta evolución sólo puede extraerse de los cursos del Collège, que publicó Gallimard a partir de las grabaciones, pero que nunca fueron revisados por el autor, a causa de su muerte temprana.
El capítulo dos lo dedica Roca al análisis de Hadot, quien hizo de la filosofía una forma de vida y no "un discurso intelectual sistemático" (página 50). El sujeto tiene que ser transformado por ella. Para que esto suceda hay que aprender a leer (porque los textos nos hablan, si los dejamos), a lo que Hadot ha dedicado 80 años. La filosofía es una mirada sobre el mundo ("cada alma es lo que mira"), una percepción diferente y no la construcción de un sistema. Wittgenstein le enseñó mucho acerca de esto.
Para esto, Sócrates es el maestro indiscutible, no ofrece conocimientos, sino un modo de vivir basado en hechos y no en palabras. Lo que importa es hacer, no saber, aprender a ocuparse del alma. A esto lo denomina Hadot ejercicios espirituales, que consisten en "transformarse interiormente", llevando una forma de vida, un estilo que dé sentido a la palabra, según escribe en Exercices spirituels et philosophie antique (París, 2002, páginas367-8). Para los antiguos la filosofía era habla, oralidad, no escritura. Sócrates no escribió nada y hasta Platón se resiste a escribir ("nunca he escrito nada sobre lo que me preocupa". Carta VII). Sin embargo, nunca dejaron de dialogar, porque es el diálogo el que nos cambia, haciéndonos comprender. No se trata de decir, sino de mostrar, con Wittgenstein. No importa el cómo sea el mundo, sino que sea. Esto nos lleva también al cielo estrellado de Kant y a la ley moral. Hay que descender a lo cotidiano, en lugar de estudiar la naturaleza, que "ama ocultarse", según Heráclito, y a los seres concretos, al presente. Nadie se engañe, esto es también objetividad, dado que el sujeto se trasciende a sí mismo y se conecta con el Todo.
El capítulo tres analiza la última etapa de la vida de Foucault, en la que se ocupa del cuidado de sí, porque "sólo el que se conoce y se cuida a sí mismo es capaz de gobernar a los otros" (página 75). Para esto es necesario el autoexamen, que nos permite ver desde lo alto y mantener el silencio para construirnos como sujetos éticos.
La filosofía siempre ha pensado el presente desde la tradición cristiana. Ya va siendo hora de cambiar tal perspectiva. El máximo responsable de esto ha sido Hegel. La filosofía debe ser transmitida desde la Universidad, porque no es algo particular como en los antiguos, sino una función del Estado, del que los filósofos son sus funcionarios y tienen encomendado este oficio. Cuando la filosofía se hace una forma de vida, las cosas cambian completamente. Hegel estableció la separación tajante entre pensamiento y vida y su influencia ha sido total. Foucault se formó con Hyppolite, que no en vano fue uno de los grandes hegelianos franceses. Sin embargo, ya en El orden del discurso, de los años 70, señaló Foucault que "toda nuestra época [...] intenta escapar a Hegel", aunque no lo logró del todo.
Entre los dos pensadores franceses hay acuerdos y desacuerdos, lo cual es normal. A esto dedica Roca el capítulo cuatro y hasta se lanza a imaginar la respuesta que Foucault daría a los argumentos de Hadot. Cuando se conocen, en otoño del 80, Foucault le propone que presente su candidatura al Collège de Francia, nada menos. Ya tenía que valorarle para proponerle tal cosa. Puede que también estuviera pensando en dar un enfoque nuevo a sus trabajos en ese año, aunque podría resultar arriesgado ofrecer una respuesta firme y segura, por más que en el 82 emprende la investigación del cuidado de sí. ¿Se encuentra, quizás, aquí el último Foucault?
Desde luego, los dos coinciden en que la filosofía tiene un único objetivo: transformarse a sí mismo e igualmente a todos los demás. Ahora bien, nuestra última ley de educación no quiere saber nada de semejantes ingenuidades. Sólo tiene que mirar a lo que se hace en una fábrica y aplicar estos estándares de calidad a los estudiantes que se están formando. Esto es no tener ni idea de lo que es la educación y sólo queda despreciar a quienes han concebido esto, porque son unos verdaderos cafres.
En el Epílogo Roca responde a la pregunta formulada al principio, de si la filosofía es una forma de vida. Pues lo hace negativamente: "Mi respuesta es no" (página 138), aunque sí acepta la lectura, escritura, el examen de conciencia, vivir el presente y la visión global como importantes estrategias. Estas prácticas son fundamentales. Sin embargo, hay que sostener con firmeza que "la filosofía no nos hace más sabios ni tampoco nos vuelve mejores ni más felices. La filosofía nos vuelve más lúcidos y hace de nuestra vida algo más interesante" (página 145). La empatía evidente con los dos pensadores franceses no impide a Roca decirnos con claridad cuál es su propia posición. Hay que agradecer un proceder tan directo.
Roca hace sugerencias muy variadas en este libro, que los lectores tendrán que valorar. Procede siempre con argumentos de rigor, apoyado en los textos y con la seguridad de quien conoce bien lo que afirma, porque lo ha pensado mucho durante toda su vida profesional. Hay que leer este libro y posicionarse críticamente ante él. Estoy seguro de que el autor posee un buen talante para saber agradecerlo.

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