Reseña de

 Ejercicios espirituales para materialistas. El diálogo (im)posible entre Pierre Hadot y Michel Foucault

 Barcelona : Editorial Terra Ignota, 2017



Escrito por Alberto Silva

Para quien busca transformar su vida en obra de arte (eso proponían los antiguos y, desde Nietzsche, los contemporáneos más lúcidos), la filosofía, sin dejar de ser consuelo o alimento, se vuelve autoejercitación: aunque culmine en estudio y arte crítico, una práctica personal que siempre supone la intervención metódica de alguien sobre su cuerpo y su mente.
En Ejercicios espirituales para materialistas, Luis Roca Jusmet aborda tres núcleos relevantes: el cuidado de sí, en la perspectiva del Foucault de los cinco años finales; la conversión, en versión Pierre Hadot; el diálogo urdido entre ambos pensadores.
Hadot y Foucault se leyeron con cuidado. Sólo la desaparición prematura del segundo impidió que aclararan convergencias y divergencias. El primer valor de este libro es que ambos conversen, al modo antiguo de Luciano de Samósata: provocaba encuentros verosímiles entre maestros muertos, rescatados y enriquecidos para la posteridad.
Ofrecido como ensayo abierto a un público muy amplio, por todas las costuras transpira una honda experiencia. Cabe destacar tres lineamientos claves.
El texto de Roca ofrece una forma clara de leer a Pierre Hadot. Este restituye para la filosofía actual el concepto de ejercicio espiritual. Lo desarrolla desde la filosofía antigua como práctica pedagógica vital. Al plasmarse el pensar en forma de vida, se produce un doble giro personal: de pensamiento y de orientación. Hadot repasa toda la tradición antigua y de sus autores desgrana ciertas prácticas de vida: mirada desde lo alto, estado de alerta, meditación… Diluir la teoría en forma de vida lo lleva a elaborar un discurso que apuesta por una humanidad capaz de superar a la vez el cristianismo y el nihilismo.
Foucault también va en busca de un arte de vivir. Pero su giro no concluye en experiencia unitiva (no hay mística), ni tiene carácter modélico (no hay sabio, no hay maestro). Foucault no ve conversión posible. Vivir sometidos a un régimen de verdad establece las condiciones de posibilidad de los actos humanos: la transformación interna es posible, pero la traduce en cuidado de sí. Los ejercicios espirituales se vuelven tecnologías del yo. El archivo estudiado sigue siendo la Antigüedad, pero Foucault destaca que en la época alejandrino-romana se inventa la subjetividad. La ascesis no consiste en seguir una vía de perfección (como en Hadot), sino en descubrir su propio camino.
En el bien urdido diálogo entre ambos autores, Roca asienta la parte más ambiciosa de su ensayo: “La transformación que ejerce la verdad nos abre los ojos, pero no nos dice lo que hemos de hacer”. La tarea que emprende Roca es, así, doble: desgrana con cuidado la nómina de sus ejercicios espirituales para materialistas y, a la vez, conecta el cambio personal con dos registros claves para la configuración de lo humano contemporáneo: ética y política. Su reflexión recoge lo mejor de Spinoza al preferir como código humano lo ético (lo bueno, para mí y nosotros) a lo moral (el bien en sí). Asimila a Kant y a Stuart Mill al distinguir (para luego volver a enlazar) lo privado y lo público. El cuidado de sí deriva en cuidado del otro. El giro personal nos vuelve aptos para luchar por nuevos valores grupales.
Una observación para dialogar. Vislumbrar la filosofía como práctica no basta para alumbrarla. El abanico de prácticas propuestas por los tres pensadores sigue siendo dualista: plantean ejercicios para la mente (o para un cuerpo básicamente ejercitado desde la mente). A fin de resolver la conexión teoría-práctica, ¿no resultaría más fértil una percepción unificante de la persona? Al hablar de persona (máscara e individuo al mismo tiempo), nos estaríamos refiriendo a la unidad originaria entre cuerpo, mente, emoción y lenguaje. Sobre ese humus merecerían fertilizar, vigorosos, los ejercicios espirituales para materialistas que Roca plantea con plena oportunidad.